El mismo amor, la misma lluvia

Estaban sus señorías sentadas y los periodistas ocupando sus asientos en la tribuna cuando empezó a llover dentro del Congreso. Cómo sería la cosa que me tuvieron que levantar de la cama. Pareciera que al ver tal constelación de celebrities los de Muchachada empezaran con su «ahí va, qué chorrazo», una edición especial; de repente todo el mundo empezó a parecerse a Joaquín Reyes disfrazado. Se filtró agua a mansalva a causa de las obras y empapó a los reporteros y a los diputados de izquierdas, porque el marianismo no se moja ni con ésas. Hubo un revuelo formidable mientras Posada balbuceaba, los diputados salían a la carrera y un grupo de taiwaneses se ponía a hacer fotos como si al terminar la lluvia fuesen a adivinarse en las paredes caras de la Virgen, Bárcenas haciendo la peineta y Cospedal en la procesión.

Siguió lloviendo durante minutos. Un par de socialistas que cruzaron a la carrera el patio no se sabía si salían o entraban de Blade Runner. La sesión iba aplazándose cada media hora mientras por los pasillos iban y venían los albañiles, momento mágico durante el cual el Congreso fue tomado por la representación del pueblo.

Entre los grupos parlamentarios empezó a cundir la sensación de que habría que elegir a una pareja y subirla al arca para mantener la especie; todas las miradas del PP buscaron incómodas a Javier Arenas, que ni siquiera es diputado. Finalmente salieron varios a fumar un pitillo mientras dentro se achicaban las tribunas. En 30 años la democracia en España ha mejorado en que los agujeros ya no se hacen de dentro afuera sino al contrario. La balsa de agua fue retirada a la espera de saber cuál fue el problema y a qué se debió la chapuza por la que acabaron pringados varios. Reaccionó rápido Rajoy, que informó de que se mantenía en lo dicho un mes antes y nada había cambiado. La oposición le acusó de obstaculizar las investigaciones y no permitir que se supiese la verdad. «Vamos a estar con los paraguas hasta que conteste», masculló Rubalcaba. Cayo Lara llegó a pedirle al presidente que se reuniese con sus ministros y emulase a un señor del XIX; algo que hizo cosquillas al gallego, cuya belle epoque es la señorial Pontevedra que visitaba Pardo Bazán, a la que el loro Ravachol, por lo demás, llamaba «puta». «Dígale a sus ministros lo que Estanislao Figueras», insistió Lara: «Estoy hasta los cojones de nosotros mismos».

Pero Rajoy, que jamás se cansa del adversario, malamente podrá cansarse de sí mismo, pues tampoco suele encontrarse. La sesión degeneró en una guerra de aplausos que el PSOE llevó a una salva prolongada y mística que hizo levitar a Rubalcaba, que descendió bruscamente al notar humedad en la cabeza.

Respondió el PP con otro jaleo. Mientras la oposición cronometraba el aplauso rival, Rajoy se levantó discretamente y cruzó el hemiciclo para marcharse, con la esperanza de que nadie lo viese. Fue como ver a Jimmy Jump queriendo interrumpir algo sin llamar la atención; como despedir a alguien poniéndole secretaria, coche y 200.000 al año. Le cayó encima una bronca y Rajoy hizo una especie de muletazo, que los IU casi echan mano del botiquín de urgencia que tienen bajo sus escaños para ponerse corriendo las camisetas de no a la tortura.